viernes, 18 de junio de 2010

Objetivo número 1: Convertirlo todo en sensaciones y dejar así de estar muerto.

Desde hoy estamos un poco más solos. Desde hoy somos un poco más ignorantes pues ya no poseemos ni la sabiduría ni la sinceridad de alguien como José Saramago. Rectifico, pues no hay alguien como Saramago si no es el propio Saramago.

Aproximadamente 12 horas antes de su fallecimiento, hojeaba yo mi ejemplar de Casi un objeto, esa puerta que se me abrió por casualidad y a través de la cual pude echar un vistazo al universo que se expone en sus reflexiones. No se me pasaba por la mente que unas horas después estaría viviendo en un mundo sin él, no ya sin ese autor sin igual, sino en un mundo sin esa persona a la que nunca llegué a conocer y por la que siempre tendré la sensación de estar escuchándola mientras compartimos un café que dura décadas.

José Saramago fue más que un escritor, más que un premio Nobel, más que un adorable anciano. Mucho más que todo eso, fue una personal fiel a sí misma, una persona comprometida con su entorno, sensible a las injusticias, una persona dotada de una integridad tal que a veces sonroja y nos hace avergonzarnos de nuestra pasividad ante una vida que nos grita a diario su dolor.


“¿Cómo es posible contemplar la injusticia, la miseria, el dolor sin sentir la obligación moral de transformar eso que estamos contemplando? Cuando observamos a nuestro alrededor vemos que las cosas no funcionan bien: se gastan cifras exorbitantes en mandar un aparato a explorar Marte mientras cientos de miles de personas no tienen para alimentarse. Por un cierto automatismo verbal y mental hablamos de democracia cuando en realidad de ella no nos queda mucho más que un conjunto de ritos, de gestos repetidos mecánicamente. Los hombres, y los intelectuales en tanto ciudadanos, tenemos la obligación de abrir los ojos.”

Pero los ojos nos pesan, las miradas nos parecen peligrosas, preferimos lamentarnos de un gol suizo antes que gritar con la pluma en alto (ya no el puño) para poner por fin las cosas en su sitio.

“Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.”

Yo añadiría una cuarta: la ignorancia autocontrolada que poseemos, esa capacidad de pensar que el mundo no es nuestro, que las palabras se olvidan en un libro cerrado o que no hay más verdad que la que decidimos recordar. Cobardes.

Desde hace unos días me obsesiona la maquinidad que estoy sufriendo. Día a día me estoy convirtiendo en una factoría de tiempos pasados, vacíos e incluso, lo que es peor, totalmente olvidables. Ahora, con la muerte de Saramago, me desnudo ante mí mismo y contemplo como mi pene es más pequeño de lo que pensaba, que estoy ganando peso y que algunas canas pueblan mi recuerdo, aunque no llego a saber desde cuando están ahí.


“Recomendar al lector el método en su día a día: tome las palabras, péselas, mézalas, vea la manera como se unen, lo que expresan, descifre el airecillo bellaco con que dicen una cosa por otra y venga a decirme si no se siente mejor después de haberlas desollado. A las palabras hay que arrancarles la piel. No hay otra manera para entender de qué están hechas.”

El título de este objetivo se me ocurrió esta mañana, cuando aún desconocía la visita que recibiría José. Un rato después me doy cuenta que ya me lo gritó Saramago en su idioma, hablando de palabras en vez de referirse a sensaciones. Una vez más, el genio se adelanta a los hechos. Me gusta pensar que cuando escribió estas palabras, pensaba en el momento en que esta mañana escribía yo el título de un nuevo objetivo.


Gracias José Saramago.