martes, 25 de enero de 2011

Siento que vuelvo a casa

Ríos de nada,
Botellas vacías,
Aullidos de barro,
La luz de unos labios.
Siento que vuelvo a casa
Más sólo, vacío y contento,
Menos añorado,
Más fuerte que nunca.
Por fin vuelvo a casa.

Quizás no sea demasiado tarde,
Quizás aún tenga tiempo
De poder negar al cielo su sitio
Y de seguir aquí de pié
Esperando la respuesta,
Dispuesto de resistir el golpe.

Mirar hacia mis adentros,
Buscar a mi alrededor
Aquello que nunca tuve
Y que sé que jamás tendré.
Palabras inconexas,
Sentidos insatisfechos,
Rincones oscuros que nunca
Llegarán a iluminarse,
Seres que viven en ellos
Ignorantes del color del agua
¡Quiero ser uno de ellos!

Quizás no sea demasiado tarde,
Quizás aún tenga tiempo
De golpear una vez más,
De subir un poco de polvo,
De crear medidas nuevas,
De saciar la espina clavada.
¡Déjala que sangre!

Siento que vuelvo a casa,
Más sólo, vacío y contento,
Menos añorado,
Más fuerte que nunca
Por fin vuelvo a casa
Quizás no sea demasiado tarde
Quizás aún tenga tiempo
Quizás no sea demasiado tarde
Quizás no sea tan solo un sueño.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Control.




Control, todo acto humano se resumen a eso. Que ilusos somos cuando nos pasamos toda una vida intentando controlarlo todo y al final nos damos cuenta que los controlados somos nosotros. Controlados por el caos y la maquiavélica estrategia de la vida, controlados por nuestros semejantes y por nosotros mismos.

Controlar el caos es imposible ¿Debemos entonces perdernos en el océano de su regazo o nadar contracorriente hasta morir ahogados? ¿Luchar contra Dionisos o convertirnos en su concubina? La respuesta es bien sencilla, pero muy difícil de llevarla a cabo.

Seguir luchando constituiría un acto heroico, abandonarlo todo también. ¿Merece la pena vivir o es más adecuado deslizarse por la vida? Al hacerme estas preguntas estoy incurriendo de nuevo en el mismo error. Intento controlar mis pasos y dirigirlos hacia la racionalidad o hacia el desenfreno, de una forma o de otra mi intención es la misma.

Si es que no tenemos remedio…

viernes, 18 de junio de 2010

Objetivo número 1: Convertirlo todo en sensaciones y dejar así de estar muerto.

Desde hoy estamos un poco más solos. Desde hoy somos un poco más ignorantes pues ya no poseemos ni la sabiduría ni la sinceridad de alguien como José Saramago. Rectifico, pues no hay alguien como Saramago si no es el propio Saramago.

Aproximadamente 12 horas antes de su fallecimiento, hojeaba yo mi ejemplar de Casi un objeto, esa puerta que se me abrió por casualidad y a través de la cual pude echar un vistazo al universo que se expone en sus reflexiones. No se me pasaba por la mente que unas horas después estaría viviendo en un mundo sin él, no ya sin ese autor sin igual, sino en un mundo sin esa persona a la que nunca llegué a conocer y por la que siempre tendré la sensación de estar escuchándola mientras compartimos un café que dura décadas.

José Saramago fue más que un escritor, más que un premio Nobel, más que un adorable anciano. Mucho más que todo eso, fue una personal fiel a sí misma, una persona comprometida con su entorno, sensible a las injusticias, una persona dotada de una integridad tal que a veces sonroja y nos hace avergonzarnos de nuestra pasividad ante una vida que nos grita a diario su dolor.


“¿Cómo es posible contemplar la injusticia, la miseria, el dolor sin sentir la obligación moral de transformar eso que estamos contemplando? Cuando observamos a nuestro alrededor vemos que las cosas no funcionan bien: se gastan cifras exorbitantes en mandar un aparato a explorar Marte mientras cientos de miles de personas no tienen para alimentarse. Por un cierto automatismo verbal y mental hablamos de democracia cuando en realidad de ella no nos queda mucho más que un conjunto de ritos, de gestos repetidos mecánicamente. Los hombres, y los intelectuales en tanto ciudadanos, tenemos la obligación de abrir los ojos.”

Pero los ojos nos pesan, las miradas nos parecen peligrosas, preferimos lamentarnos de un gol suizo antes que gritar con la pluma en alto (ya no el puño) para poner por fin las cosas en su sitio.

“Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.”

Yo añadiría una cuarta: la ignorancia autocontrolada que poseemos, esa capacidad de pensar que el mundo no es nuestro, que las palabras se olvidan en un libro cerrado o que no hay más verdad que la que decidimos recordar. Cobardes.

Desde hace unos días me obsesiona la maquinidad que estoy sufriendo. Día a día me estoy convirtiendo en una factoría de tiempos pasados, vacíos e incluso, lo que es peor, totalmente olvidables. Ahora, con la muerte de Saramago, me desnudo ante mí mismo y contemplo como mi pene es más pequeño de lo que pensaba, que estoy ganando peso y que algunas canas pueblan mi recuerdo, aunque no llego a saber desde cuando están ahí.


“Recomendar al lector el método en su día a día: tome las palabras, péselas, mézalas, vea la manera como se unen, lo que expresan, descifre el airecillo bellaco con que dicen una cosa por otra y venga a decirme si no se siente mejor después de haberlas desollado. A las palabras hay que arrancarles la piel. No hay otra manera para entender de qué están hechas.”

El título de este objetivo se me ocurrió esta mañana, cuando aún desconocía la visita que recibiría José. Un rato después me doy cuenta que ya me lo gritó Saramago en su idioma, hablando de palabras en vez de referirse a sensaciones. Una vez más, el genio se adelanta a los hechos. Me gusta pensar que cuando escribió estas palabras, pensaba en el momento en que esta mañana escribía yo el título de un nuevo objetivo.


Gracias José Saramago.


domingo, 8 de noviembre de 2009